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Algún día tendré el mar como ventana

La casa amarilla

La casa amarilla

Paso cada dia por una calle donde hay una casa pintada de amarillo. Está orientada al sol de mediodía. En la puerta siempre hay un número indeterminado de gatos de todos los pelajes y tamaños. Cerca hay un solar en construcción.

Ayer vi a la mujer que habita la casa. Una pobre anciana que salió de la casa encorbada y llevando en las manos un pequeño paquete lleno de comida para gatos. Llamó suavemente y al momento fueron saliendo los pequeños gatitos de todos lados: bajo los coches aparcados cerca, del solar en obras, de los portales vecinos. Rodearon melosamente a la mujer, rozando sus rabos enhiestos por sus piernas, arqueando sus lomos buscando su caricia.

Luego, se tumbaron al sol, jugueteando, sin prestar demasiada atención a la comida que quedó abandonada sobre un papel de periódico en el suelo. No acudieron sólo buscando saciar su hambre de gatos callejeros. Fue la voz d ela mujer quien los congregó en un torbellino alborotador que buscaba sus caricias. La comida vino por añadidura.

Me alejé sonriendo.

Aunque yo personalmente adoro a los perros. Los gatos me dan miedo.

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